'Volveréis': deliciosa pedantería para reírse con (de) Kierkegaard
Lo nuevo de Jonás Trueba, premiado en Cannes, rezuma humor -pese a que al director lo considere una "comedia fracasada"- en una naturalidad narrativa que evoluciona hacia la autoparodia
"Las parejas no se separan", le advierte un vendedor del Rastro a Alex (Vito Sanz) cuando se plantea comprar sólo una de dos sillas gemelas expuestas al público en Volveréis, la nueva película de Jonás Trueba que marca un importante salto en su obra tras Tenéis que venir a verla (2022) y que llegó en septiembre -no podía ser en otro mes- a los cines, después de haber saboreado los laureles del Festival de Cannes, donde ganó el Premio a la Mejor Película Europea en la Quincena de Cineastas. Ése es sólo el lienzo sobre el que se dibuja el filme: una ruptura. Una ruptura amistosa y consensuada, una ruptura a la que sus protagonistas quieren dar un aire festivo pese a que como les advierten muchos de los que están alrededor, las rupturas no tienen gracia.
De nuevo, ficción y realidad se juntan y revuelven para construir los personajes de este último trabajo de Trueba, responsable del guión a partes iguales con Sanz e Itsaso Arana, quien además brilla en pantalla interpretando a Alejandra. Arana y Sanz, Ale y Alex, conforman una pareja en pleno proceso de separación tras 14 años juntos. Pero, ojo, que están bien, tratan de convencer a todo el mundo sin demasiado éxito. Tal es así que hasta se plantean organizar una fiesta de separación, una idea disparatada del padre de Ale, al que da vida Fernando Trueba, quien en la vida real también le brindó esa idea a su hijo, una reflexión que sin saberlo (o quizá sí) acabó alumbrando la película y sacando a su realizador del proyecto de Segundo premio finalmente dirigido por Isaki Lacuesta.
Una "comedia fracasada", según ha llegado a calificar a Volveréis el propio Jonás, aunque el humor rezuma por gran parte de los 114 minutos de metraje de la cinta. En ella, otro Trueba, el sénior, acepta ponerse delante de la cámara -aunque la cabra tira al monte y así se refleja en alguna escena-, donde dan ganas de adoptarlo. Adorable (además de adoptable) en su actuación, Fernando viene a hacer de sí mismo, consagrando todo el aire de autoparodia que exhala la producción, en la que el director cuenta con el apoyo de Javier Lafuente, el otro cofundador de Los ilusos films. Resulta remarcable la incursión en la interpretación del oscarizado realizador de Belle Époque, quien no obstante, no se muestra complacido con el mínimo atisbo de galardón para su trabajo actoral.
Es él (su personaje) quien saca a relucir a Kierkegaard, su visión del amor y el papel de la repetición plasmado en su obra homónima después de haber dejado escapar al amor de su vida, Regine Olsen. La repetición o In vino veritas son algunos de los títulos del padre del existencialismo que aparecen en pantalla junto con otros tratados de filosofía como los de Stanley Cavell acerca del poder del cine para hacernos mejores. Títulos, como siempre en los trabajos de Jonás Trueba, de su propia biblioteca, lo que unido a cierta pedantería (exquisita y deliciosa en cualquier caso) proyectada en la profundidad de las conversaciones de los personajes, lleva a convertir ese tono de parodia en autoparodia, una manera loable de reírse de sí mismos (y de Kierkegaard) mediante un cine también remarcable que, como la poesía de Juan Ramón Jiménez, apela a una inmensa minoría intelectual algo huérfana desde la proscripción y, sobre todo, la decadencia creativa de Woody Allen, cuya influencia se hace patente junto con el cine francés (tumba de Truffaut incluida) y otras comedias norteamericanas mencionadas en la cinta.
Una minoría más inmensa, por lo visto, en Francia que en España, donde este autor, igual que Albert Serra, quizá disfrute de más reconocimiento (hasta ahora) que en su tierra natal. De hecho, esta postal del Madrid bohemio, pintoresco y también gentrificado y a veces inhabitable es una coproducción hispano-francesa (Les films du Worso y Arte France Cinéma) donde se combina lo castizo con ese toque afrancesado en una suerte, tal vez, de reconciliación de los dos bandos que ensangrentaron sus calles en 1808.
Un índice literario largo, desde luego, el que incluye Volveréis, porque como reconoce Fernando Trueba a Arana, el propósito de cualquier padre es surtir convenientemente de bibliografía a un hijo, una síntesis de la paternidad difícilmente superable.
EL 22 DE SEPTIEMBRE
El 22 de septiembre, coincidiendo con el fin del verano -fecha por tanto idónea para conmemorar la defunción de algo, también una relación- y con el título de la canción de Georges Brassens (más francofilia), es el punto en el calendario elegido por la pareja en funciones para sellar su disolución y hacerlo entre amigos y familiares. Desde que en un momento de insomnio una noche de tormenta aprueban la idea, la planificación de este particular festejo (no tan particular en Estados Unidos o Mauritania, nos adiverte la película) deja espacio a intensas reflexiones bajo una pátina de cotidianeidad, como la dificultad para acceder a la vivienda en ese Madrid gentrificado (quién pudiera pillar ahora un dúplex asequible en Lavapiés), la visión de la mujer en el cine clásico o el manido debate a cuenta de la cultura de la cancelación woke.
Y por supuesto, se habla de cine, no sólo por el citado guiño al reposo eterno de Truffaut en Montmartre o por la simpática presencia de un tarot temático de Ingmar Bergman al que Jonás Trueba tiene especial cariño. Es cine de autor sobre la realización de cine de autor(a), de una película acerca de la vida de sus protagonistas que parece rodarse, sin saber muy bien cómo, en paralelo al propio desarrollo de los acontecimientos, una broma metafílmica que plantea el guión de Trueba, Arana y Sanz en la que también se cuela, como invitada ilustre, la grabación de la nueva serie de Rodrigo Sorogoyen, Los años nuevos, con un divertido crossover escénico de Francesco Carril. Mientras avanzan los preparativos de esa antítesis de boda que planifican, Ale y Alex sacan tiempo para sus profesiones de directora y actor, respectivamente, con un reparto en el que se lucen actuaciones como las de Jon Viar, respaldado en pantalla por su hijo Leonardo.
De nuevo (esta vez a cuenta del séptimo arte) humor y autoparodia, con el dilema de si se trata de una película en círculo o en línea recta, para acabar sentenciando que se trata de lo segundo antes de saltar a un paradójico plano con una circunferencia de adoquines de una de esas calles del casco antiguo de la capital de España, una de tantas aportaciones del magistral montaje liderado por Marta Velasco que logra entablar un diálogo con el guión hasta ser un miembro destacado del elenco.
Cine, amor, humor y música: la de la canción original de la película, obra del dúo Adiós Amores, o la actuación de los músicos granadinos Alonso Díaz Carmona, Mario Fernández 'Mafo', Arturo Muñoz y Chesco Ruiz, complemento sonoro al estético broche a la cinta cuya fotografía firma Santiago Racaj.
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