Un cuento sobre el holocausto que interpela a la Europa de hoy
El oscarizado Hazanavicius debuta en la animación con La más preciosa de las mercancías y manda un mensaje al presente: "Tenemos la elección de comportarnos bien en situaciones dramáticas"
El leñador agacha y desvía la mirada cada vez que junto a él pasa, mientras regresa a su casa en el bosque, el tren cargado de los sin corazón. Es más fácil así, deshumanizar y no querer saber. No se dice abiertamente, pero se hace evidente en La más preciosa de las mercancías (The most precious of cargoes), que estamos hablando de convoyes atiborrados de judíos camino del campo de exterminio. Hoy ya no circulan trenes hacia Auschwitz, pero sí navegan barcos a Albania para llevar personas a campos de concentración. Por eso la cinta del oscarizado Michel Hazanavicius (The Artist, 2011) no se limita a viajar en el tiempo, también interpela a la Europa del presente, que vuelve a desviar la mirada.
“En cada uno de nosotros hay un potencial genocida, pero también una víctima potencial de una catástrofe”, ha opinado el director francés en Valladolid, donde ha presentado fuera de concurso su película, con la que debuta en el cine de animación, en el marco de la Semana Internacional de Cine de la ciudad castellana, que este sábado tuvo su fundido a negro con la entrega de los galardones de la 69 edición.
“Podemos ser el ogro o Pulgarcito”, ha incidido el cineasta, que si bien aclara que su película, adaptación del cuento homónimo de Jean-Claude Grumberg, no busca confrontar “directamente a Europa”, admite que “sí puede haber cierta interpelación” por los paralelismos entre el comportamiento de la población ante el horror nacional socialista —ni la palabra nazi ni la palabra judío aparecen expresamente en el filme, pese a sus evidentes alusiones— y la reacción ante la deriva actual del viejo continente, en especial hacia la llegada de migrantes. “Tenemos la elección de comportarnos bien en situaciones dramáticas”, ha remarcado el director, quien ha definido su película como una “historia de héroes” que “sin ser ricos ni poderosos”, sí optaron por “tender la mano” y “no mirar para otro lado”, gracias a que “su brújula moral funcionó en un momento en la que la del resto del mundo orientaba en un sentido incorrecto”.
La más preciosa de las mercancías narra la historia de un matrimonio de humildes leñadores que viven en el bosque y en cuyas vidas aparece un buen día una bebé que ha dejado el tren de mercancías que cada día recorre las vías próximas a su morada. En un tiempo y un espacio difuso al principio, pronto el espectador va acotando las circunstancias. No tarda, por tanto, en identificar a los sin corazón que mataron a Dios, forma con la que los lugareños se refieren al pueblo judío, como esa mercancía que transportan los trenes, deduciendo inevitablemente su terrible destino.
Los recelos del leñador a la decisión firme de su esposa de adoptar a la niña, que su padre arroja del tren para librarla de su fatal porvenir, reflejan la complicidad de la población con aquel genocidio, a cuyas víctimas se culpaba de lo que fuera menester, igual que hoy se busca en los que están por debajo y no por arriba a los responsables de nuestra precariedad. Sin embargo, no faltan ejemplos de bondad en la película, de héroes que deciden hacer lo correcto para salvar a esta criatura, mientras la cinta, una coproducción de Francia y Bélgica que no alcanza la hora y media de metraje, se va volviendo cada vez más concreta, hasta identificar los bosques difusos con los de Polonia y la meta de aquellos tétricos trenes, con el campo de exterminio de Auschwitz.
Para narrar este emotivo cuento, Michel Hazanavicius (París, 1967) ha optado por ilustraciones que huyen de la estética digital de muchas producciones actuales, apostando en su lugar por dibujos que evolucionan desde planos próximos a las primeras películas de Disney, a otros marcados por la pintura clásica europea, los pintores rusos o incluso los dibujantes japoneses, ha explicado él mismo, con trazos “más duros” acordes a la gravedad de lo tratado (no falta realismo, aderezado con dosis medidas de expresionismo, a la hora de mostrar los horrores del campo de exterminio).
“La estética de las ilustraciones fue fruto de la reflexión de muchas personas. No tenía una idea prefijada, fue algo más empírico”, ha abundado el cineasta, quien además sostiene que esa textura clásica en dos dimensiones conectaba mejor con el espíritu del libro de Grumberg.
Sobre esta incursión en el cine de animación, el oscarizado realizador reconoce que su relación previa con este género “no era muy grande”, en parte por el “trauma” que en su infancia le dejó la película de Disney Pinocho (1940). También se reconoció influido en el pasado por la “idea estúpida” de que las películas animadas “son sólo para niños”.
MÚSICA DEL TAMBIÉN OSCARIZADO ALEXANDRE DESPLAT
La película cuenta como uno de sus elementos clave, además de la voz narradora de Jean-Louis Trintignant, con la música de Alexandre Desplat —doble ganador del Oscar por sus composiciones para El Gran Hotel Budapest (2014) y La forma del agua (2017)—, sobre cuyo trabajo el cineasta parisino ha remarcado la dificultad de hacerlo para una cinta de animación, al igual que toda la inclusión de elementos sonoros, pues “no hay grabación de sonido directo”.
Precisamente sobre esos sonidos, de los que se ha encargado Selim Azzazi, Hazanavicius ha señalado que “todo está hecho para esta película” y “todos los sonidos son reales”, pero “se convierten en algo más al entrar en la película”. “El llanto del bebé proviene de un llanto real, el ruido de las hojas está grabado en plena naturaleza, así es como hemos estructurado la película”, ha abundado.
En definitiva, un pictórico cuento invernal sobre las consecuencias de la indiferencia y el dolor de la pérdida, pero también cargado de esperanza y que deja como mensaje de esperanza la mayor felicidad que se disfruta al desprenderse de prejuicios.
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