Tres propuestas para explorar la relación madre-hija con acento italiano
Nacidas con un lapso de una década entre cada una, Carmen Verde, Veronica Raimo y Giulia Caminito aportan su visión de la relación con la madre en tres novelas con el aval de ser finalistas del Strega
La joven Annetta se va empequeñeciendo (física y emocionalmente) a medida que crece, una paradoja en la que además de su complexión física, tiene mucho que ver su madre, con quien no comparte ni belleza ni elegancia, pero sí infelicidad. La levantisca Gaia trata de pedalear más rápido que el resto en un mundo que le niega el futuro prometido mientras debe capear los vientos huracanos de la galerna que tiene por madre. La inadaptada Verika se guarece de la decepción de una progenitora que no deja de tejer ropa para los nietos que no le dará. Tres relaciones madre-hija marcan a las protagonistas de estas tres novelas, las cuales destacan en el panorama italiano de los últimos años y bien pueden por ello constituir una trilogía.
Carmen Verde, Veronica Raimo y Giulia Caminito son las responsables de estas obras. La más joven, Caminito (Roma, 1988) quedó finalista del Premio Strega -uno de los más prestigiosos en el páis transalpino- con El agua del lago nunca es dulce en 2021. Un año después haría lo propio Raimo con Nada es verdad, llevándose además el Strega Giovani (joven). Raimo es diez años mayor que Caminito y diez menor que Verde, quien el año siguiente sería también finalista del Strega, en este caso con Una mínima infelicidad. Tres autoras separadas por una década entre cada una y finalistas en tres años consecutivos con sus novelas, de forma inversamente proporcional a la fecha de nacimiento.
Tres novelas, que acumulan otros premios, narradas en primera persona por tres personajes que, además de estar moldeados por la relación con la madre, la arquetípica mamma italiana, lo están también por la generación de su autora. Si bien Verde y Raimo encajarían ambas en la Generación X, los diez años que las separan permiten encuadrar a Raimo en ese subrgrupo conocido como xennial, apuntando ya cosas en común con los millennials en los que se susbribe Caminito, quien en su novela (que huye expresamente de la autobiografía y la autoficción) vuelca toda la decepción y el desencanto de esos milénicos a los que se hizo creer en un futuro mejor del que en realidad los esperaba.
Sí juega con la autoficción (o no, a tenor del título) Nada es verdad, publicada en España por Libros del Asteroide (2023) con traducción de Carlos Gumpert, el mismo responsable de trasladar al castellano El agua del lago nunca es dulce . La propuesta de Raimo aborda con descaro y virutas de humor amargo la asfixia que puede provocar la familia en aquellas almas que no se acomodan al canon de la infancia o la feminidad.
Frente al desparpajo y descaro con el que Caminito y Raimo desafían los corsés sociales, Carmen Verde (1968) opta en Una mínima infelicidad, publicada este año en España por Tránsito Editorial con traducción de Regina López Muñoz, por un intimismo en el que la inadaptación apenas desemboca en rebeldía, más bien al contrario, llevando a una suerte de aceptación y resignación a la infelicidad. En esta salgo triste. No es indispensable ser feliz, reflexiona Annetta, la protagonista, en un pie de foto, uno de tantos a través de los cuales nos describe, sin que veamos las instantáneas, pero dejándonos mirarlas a través de sus descripciones, la historia familiar recogida en los álbumes de fotos.
"NUNCA PENSÉ QUE MI MADRE ME CORRESPONDIERA POR DERECHO"
Annetta no se las tiene que ver con una madre sísmica o tormentosa como Verika o Gaia. Sofia Vivier destila melancolía mientras trata de llenar, con objetos lujosos y algunas aventuras, una vida insatisfactoria que la une y la aleja de su pequeña hija, quien crece con la inseguridad de no tener derecho a esa progenitora. Vino a recogerme cada día de los cinco años de escuela elemental (...). Me ponía contenta cuando la vislumbraba al otro lado del cristal, aunque enseguida me embargaba el temor, casi la angustia, de que decidiera marcharse y dejarme allí sola. Nunca pensé que mi madre me correspondiera por derecho.
Ese anhelo de conectar con una elegante madre a la que parece imposible aspirar, lleva a la niña a refugiarse en la infelicidad como un salvavidas, más que una maldición, pues es el nexo que la liga a su madre. La infelicidad es irracional. Hay quien carga ya con ella al nacer y quien, supliendo su falta de predisposición natural, permanece tanto tiempo contemplándola en su madre que llega a sentir sus espinas en la propia piel.
Sí encarna esa tiranía doméstica Clara Bigi, una empleada del hogar que acaba adueñándose prácticamente de las vidas de ambas ante el deseo o indolencia del pusilánime pater familias, que parece válido únicamente para el trabajo y el negocio, y al que la melancolía redime de sus pecados a ojos de Annetta. Papá era infeliz, como nosotroas, no menos que nosotras. Descubrirlo fue electrizante, anuló de inmediato cualquier distancia. Por fin algo nos unía, nos convertía en una verdadera familia.
Tampoco está exenta de personalidad en la novela la figura de la abuela Adelina, la persona que inculcó la infelicidad a Sofia Vivier, una aparente y certificada loca que quizá oculte más lucidez y libertad de la que la sociedad, y su familia, puede tolerar. Un cuadro familiar en femenino narrado con una sensibilidad y un tempo que atrapan en medio de tanta desolación emocional. La vida no es menos importante que la literatura. Debería estudiarse en el colegio la indelicidad de nuestras madres.
En el otro lado de la generación X -deja ver el trauma de Chernóbil en las páginas- está Veronica Raimo (Roma, 1978), cuyo alter ego en Nada es verdad afronta su no maternidad (a una edad en la que la naturaleza deja pocas opciones para cambiar de opinión) ante la incomprensión de esa madre que teje para los nietos que no tendrá de una escritora cuyos méritos literarios parecen no importarle, buscando en cualquier mujer la hija que querría ver en Verika, pero que ésta no es.
LA ASFIXIA FAMILIAR
Con descaro y toques de humor amargo procesa la autora la asfixia que puede provocar la familia en aquellas almas que no se acomodan al canon de la infancia o la feminidad. Dicen que cuando en una familia nace un escritor esa familia está acabada. En realidad la familia saldrá adelante sin mayor problema, como siempre ha ocurrido desde la noche de los tiempos, mientras que quien acabará mal parado será el escritor en su desesperado intento de matar a madres, padres y hermanos, solo para volvérselos a encontrar inexorablemente vivos.
Una abuela (de nuevo una madre al cuadrado) pullesa obsesionada con el escaso tamaño de las tetas de su nieta y que más parece un matón de instituto que un pariente protector; un padre hipocondriaco, controlador, hiperactivo y vociferante condenado a caer en la paradoja, y un hermano también escritor con el que traficar textos y pelear temas narrativos, componen la agotadora familia de Verika que completa su madre, Francesca, en este cuadro que reflexiona sobre los vínculos, las pérdidas, los desastres domésticos y el desafío del crecimiento.
Pero si Francesca resulta opresiva, la enérgica y autoritaria Antonia de El agua del lago nunca es dulce no es más sencilla de lidiar, fomentando así la rebeldía de Gaia, protagonista irreverente dibujada por la honesta y cruda pluma de Giulia Caminito, quien rezuma, a su vez, brillantez y frescura literaria.
En este caso, la novela descansa principalmente en un retrato certero del alma millennial de los que podrían llamarse los últimos dentro del primer mundo. Promesas incumplidas, esfuerzos sin recompensa, amistad, traiciones, arrepentimientos, crecimiento, nostalgia, afectos no expresados, abrazos no dados y no pedidos, sensibilidad soterrada e insensibilidad latente, nihilismo e ira incontrolable, indiferencia y rabia, periferia, invasión capitalina del medio rural, un volcán convertido en lago, chiringuitos litorales para quienes no pueden permitirse ir al mar en verano y un agua que a pesar de los sueños, non è mai dolce.
Todo eso encontramos en esta historia que, sin ser biografía ni autoficción, ha devorado fragmentos de muchas vidas para intentar construir una narración. La historia de los años en los que crecí, de los dolores que me limité a circunnavegar y de los que atravesé, explica la autora.
EL DESÁNIMO MILLENNIAL
Muy aderezado, esto, con la hiel y el desánimo que ha ido macerando en su seno la generación del cambio de milenio a medida que el mundo le tomaba el pelo. Cumplí obedientemente los pasos necesarios en mi formación y ahora que estoy formada es como si me hubiera vuelto una masa, sin dimensiones ni profundidad, una aglomeración inútil de nociones, se espera de mí una experiencia que es difícil que alguien se decida a ofrecerme, soy crema pastelera, soy helado derretido.
Una obra obra que es también un relato sobre literatura –tarde o temprano todos los libros no leídos me dispararán-, sobre trenes y autobuses, un viaje de ida y vuelta a una Roma diferente a la de las postales a través de los años, de una nostalgia incomprensible por momentos, pero que cualquier lector puede trasponer a sus recuerdos, pues quién no piensa que las algas (ejemplo que no es tan aleatorio como pueda parecer) ya no son tan buenas como antes.
El clasismo, el paternalismo y los prejuicios de los poderosos -que ante la duda despiden a la señora de la limpieza porque uno no puede fiarse de estos filipinos, parecen gente como es debido, parecen buenas personas, parecen querer trabajar, pero son iguales a los demás– así como el odio acumulado y macerado de los que están abajo, expresado en esta novela con mucha gasolina, acompañan una amarga crítica a la deshumanización a la que la sociedad de hoy nos empuja.
Durante años, no he hecho otra cosa que coger el tren, dirección Viterbo, dirección Roma Ostiense, correr para no perderlo, abrir y cerrar los ceniceros, arañar la tela de los asientos, bloquear las puertas con mi cuerpo cuando estaban a punto de cerrarse, empujar a los que se acercaban demasiado, mirar sin afecto a una mujer que se desmayó en los aseos a causa del calor, insultar a uno que se había sentido mal a dos compartimentos de distancia de mí -estamos parados por su culpa entre Olgiata y La Storta, estamos parados y esperando a los de emergencias-, odiar a ese empleado cuya empresa cerró y que se suicidó en la parada de Balduina.
En definitiva, una trilogía arbitraria con profundo acento italiano, saturada de calidad literaria y que permite desde los ojos de cada generación y las tramas de cada autora, explorar la relación madre-hija.
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