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Realismo mágico en la era TikTok a ritmo de Eme MalaFe y Karol G

  • Foto del escritor: Juan Martín Salamanca
    Juan Martín Salamanca
  • 10 abr
  • 4 Min. de lectura

Actualizado: hace 4 días

Dahlia de la Cerda sacude con relatos afilados y provocadores, cargados de humor corrosivo y perreo, en Medea me cantó un corrido, un soplo de aire fresco literario donde grita el dolor de México y sus mujeres


La escritora mexicana es autora de 'Medea me cantó un corrido'
Dahlia de la Cerda. SEXTO PISO

Nos han contado su historia mil veces, sobre todo en el teatro. Medea, la hija de un rey y nieta de un dios, la hechicera traicionada por Jasón, la infanticida despechada, la asesina de sus hijos. Arquetipo mitológico de la mala mujer, la irracional, la celosa, la bruja, como su tía Circe, otro ejemplo de crueldad contra los hombres grabado en pergaminos y murales, en mosaicos y ánforas, en este caso por su afición a aporcinarlos. Sin embargo, nunca habíamos visto a Medea de esta guisa, perreando a ritmo de Eme MalaFe y Karol G, luciendo trenzas africanas, llena de tatuajes, cambiando su carro tirado por serpientes por un Volkswagen Jetta, tomándose una Kittychela —la última vuelta de tuerca de las heterodoxas micheladas— y convertida en paladín de las morras mexicanas hartas del patriarcado. 


Esta innovadora propuesta, cargada de irreverencia, provocación, dolor, vitalismo y un humor corrosivo, compone Medea me cantó un corrido (Sexto Piso), el nuevo libro de la mexicana Dahlia de la Cerda (Aguascalientes, 1985), una sucesión de media docena de relatos conectados que nos transporta a la dura realidad de un país marcado por el crimen organizado y la violencia desde el punto de vista de unas mujeres que no sólo sufren discriminación por razón de sexo, también de etnia, identidad de género o clase social, a menudo reducidas a obra de caridad del paternalismo europeo o del maternalismo del feminismo blanco.


Una prosa cargada de frescura, con un lenguaje actual (rebosante de expresiones coloquiales del México de hoy) y descarado, para conectar el sacralizado realismo mágico latinoamericano y llevarlo a la era de TikTok y los electrocorridos, para pasar la mitología griega por el tamiz de una cholo-gótica (como se define la autora en su cuenta de Instagram) y fusionarla con el folclore y la tradición mexicanos. En este libro México no se llama México, sino Aztlán, legendario lugar de origen del pueblo azteca que aquí nos muestra en toda su desigualdad y su violencia, pero también en todo su encanto, en la vitalidad de sus gentes y en su capacidad de supervivencia pese a todo. Porque Aztlán —recoge el libro de labios de Medea— “es terrible y violento, pero también es hermoso y lleno de resistencia". Y sobre todo, mostrado desde la perspectiva de esas mujeres, complejas, llenas de contradicciones como cualquiera, hijas de un mundo en el que no han tenido que lidiar quienes a menudo juzgan sus caminos desde fuera, y sobre todo, empeñadas en vivir su vida sin pedir permiso ni perdón.

Imagen de cubierta del nuevo libro de Dahlia de la Cerda.
Medea me cantó un corrido. SEXTO PISO

Influencers emparejadas con narcos, novias de sicarios que padecen la violencia extrajudicial del Estado, filósofas que regresan a su pueblo en la sierra para criar su hijo en soledad o madres que buscan a los suyos, desaparecidos en un país que siembra cuerpos. No hay clemencia con las organizaciones multicrimen, ni tampoco con la autoridad que ejerce la misma violencia sin importar los Derechos Humanos. Y sin embargo, no falta perspectiva, la necesaria para poder entender a un pueblo condenado muchas veces a los oficios más infames por el empeño de una élite en preservar la desigualdad. “Nosotros nacimos en guerra/Nacimos sin miedo/Nacimos sin nada/Estamos dispuestos a todo”, como dispara la letra de MalaFe que precede al tercero de los relatos del libro.


Y todo mientras nos vuelve a contar la historia de Medea desde la voz de Medea, alejándola de clámides y vetustas columnas de mármol para traerla entre el resto de mujeres, que sufren como ella las consecuencias de meterse con maleantes, ya sean del cártel de las Veinticinco Letras o del de los Argonautas, con un Jasón desprendido de todo heroísmo. A bordo de su Jetta, esta Medea que baila cumbias y se desahoga con canciones de Jenni Rivera, fuma marihuana y se emborracha con mezcal igual ayuda a abortar a una joven que no quiere cargar con un bebé después de que desaparecieran a su novio, que a una madre a encontrar los restos de su hijo arrojado a una fosa en el cerro.


De la mano de, corridos, reguetón y cumbias, de las letras de Peso Pluma o Los Tigres del Norte, Dahlia de la Cerda nos zambulle en el dolor de un país sin renunciar a su magia ni a las ganas de bailar, sea cual sea el dolor que le atraviesa, una combinación de violencia, música, mujeres y desapariciones que conecta con el alma mexicana como no logró conectar —acaso por escribirla un hombre de París y no una mujer de Aguascalientes— Emilia Pérez, tan vilipendiada en México como encumbrada en Europa por su originalidad narrativa y su riqueza visual.


Licenciada en Filosofía, Dahlia de la Cerda ha sido empleada de un call center, un bar y una fábrica de dulces, y ha trabajado como editora de noticias internacionales y como vendedora de cosméticos, de ropa de segunda mano y de rosas negras en la calle. Es cofundadora y codirectora de la organización feminista Morras Help Morras y participa en dos podcasts: Escribe como morra y Morras vs fundamentalismos.


Autora de otros títulos como su crónica personal Desde los zulos (Sexto Piso 2024), su libro de cuentos Perras de reserva (Sexto Piso, 2023) fue Premio Nacional de Cuento Joven Comala y finalista al Premio Booker Internacional. Sus obras han sido traducidas al inglés, italiano, francés, alemán, turco, griego, portugués y polaco. Con Medea me cantó un corrido ha sido finalista del Premio de Narrativa Breve Ribera del Duero.

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