Miedo y oscuridad tras el éxito de Waldo de los Ríos
Este viernes llega a los cines Waldo, cinta en la que Charlie Arnáiz y Alberto Ortega indagan en la vida del creador del Himno a la alegría a través de imágenes de entonces y testimonios de quienes lo rodearon
Al joven Miguel Ríos le había tocado el gordo de la lotería, pero no era consciente. Él mismo lo reconoce ante los micrófonos de Charlie Arnáiz y Alberto Ortega. Tenía 25 años y había sido el elegido para poner voz al Himno a la alegría, la adaptación pop que Waldo de los Ríos hizo de la Novena Sinfonía de Beethoven. Al compositor argentino le llovieron las críticas en aquella España de 1969 por atreverse a profanar la obra del genio de Bonn. Llegaron a llamarlo hereje. El tema funcionó el mercado nacional, pero no lo reventó. Eso lo haría en el exterior, sobre todo cuando su versión en inglés, A Song of Joy, llegó a Estados Unidos, a esa América hippie del amor libre que se reunía en Woodstock. Ahí fue cuando el granadino comprendió que tenía el boleto premiado, y cuando el argentino se consagró definitivamente como referente de la orquestación a nivel internacional.
Quienes vivieron aquella época no pueden olvidar el nombre de Waldo de los Ríos. Quienes no la vivieron, lo conocerán como lo que es, historia de la música reciente en España. Quienes ni siquiera identifican su nombre, al menos se han topado más de una vez con su celebérrima adaptación de Beethoven; o con el Soy rebelde que Jeanette estuvo a punto de no cantar, de no ser porque De los Ríos lo salvó con la orquesta; o con las sintonías del Un, dos, tres... (todavía lloramos la reciente marcha de Mayra Gómez Kemp) y de la serie Curro Jiménez, que recurrentemente vuelven a las retrospectivas con que la televisión pública rellena espacios en fechas de poco consumo televisivo.
Es de sobra conocido su éxito. También, sobre todo para mitómanos o coetáneos del suceso, su trágico final. Quizá no tanto las circunstancias que antecedieron a su muerte, o el miedo con el que se vio obligado a vivir durante tantos años, y que no aplacaban ni el dinero ni los deportivos de lujo a los que era aficionado. Porque tras el éxito de Waldo, había miedo y oscuridad.
En Waldo, Arnáiz y Ortega recopilan testimonios de personas cercanas al artista y celebridades con las que trabajó, junto con fotografías, cintas caseras, archivos de TV y materiales inéditos para explorar la vida de Waldo de los Ríos y arrojar luz sobre la oscuridad que rodeó su fallecimiento, y que tanta carnaza proporcionó a la prensa rosa y amarilla. La cinta, que tras estrenarse en la Sección Tiempo de Historia de la pasada Seminci en Valladolid pasó por el festival In-Edit de Barcelona, llegará a las salas de proyección este 15 de noviembre.
Los citados Miguel Ríos y Jeanette, así como Karina, Teddy Bautista o la viuda de compositor —la actriz y periodista uruguaya Isabel Pisano (a quien el alzhéimer le impediría hoy repetir la entrevista)— comparten su relación con De los Ríos, creador del sonido conocido como Torrelaguna que acompañó al sello HispaVox, entonces la discográfica por excelencia en España y que tenía su sede en esta calle madrileña.
El 28 de marzo de 1977, días antes de que Adolfo Suárez legalizara el Partido Comunista, Waldo de los Ríos se quitaba la vida de un disparo en la cabeza en su lujosa casa de Madrid. No había cumplido aún los 43 años. Pronto se comenzó a especular con que no fuera un suicidio y se olfatearon cuantos trapos sucios pudieran aumentar el morbo entre el público. Para desentrañar el misterio y tratar de comprender lo que atormentaba la mente de un prodigio como De los Ríos, los directores de la cinta toman como narrador y conductor del documental al escritor y periodista Miguel Fernández, autor de la biografía del artista Desfiando al olvido (Roca Editorial 2020), que sirve de guía para la película, de aproximadamente hora y media de duración.
Junto a los ya mencionados, otros nombres del mundo de la música como Fernando Salaverri o el recientemente fallecido productor y director Willy Rubio —a quienes los realizadores dedican la cinta— dejan también su testimonio en Waldo, al igual que periodistas como Fernando Olmeda o José Ramón Pardo y amigos personales del difunto De los Ríos, como Norico Carbia, Rita Carola y Pepe Bárcenas —camarero del Café Gijón que sería una de las últimas personas en verlo con vida aquel aciago día de marzo—.
Nacido en Argentina en 1934, Oswaldo Nicolás Ferraro era hijo de la cantante Martha de los Ríos, de quien tomaría el apellido para su carrera artística y cuya absorbente presencia es objeto de debate en el documental. Tras acompañarla al piano por los escenarios de su país natal, el joven cruzó el Atlántico en los 60 para emprender su carrera musical en Europa. Se dice que con Alemania como destino, aunque sería en España donde acabaría echando el ancla, entre otras cosas por las oportunidades que para un innovador como él ofrecía un país musicalmente anquilosado como el ibérico.
“Dicen que en el país de los ciegos, el tuerto es el rey, y ése fue exactamente mi caso”, reconoce en una entrevista rescatada para el filme, donde incide en que España contaba con estudios y recursos técnicos de primer nivel, pero carecía de manos creativas que les sacaran el jugo, hasta que él llegó. De la mano de los hermanos Vidal Zapater (dueños de HispaVox), desarrollaría el inconfundible sonido de la discográfica que se convertiría en el anhelo de todos los cantantes españoles del momento. Poseedor de un ego que no se oculta en la película, obtuvo un éxito arrollador con su versión de la Novena de Beethoven, cuyo segundo centenario se conmemora precisamente este 2024 en el que De los Ríos hubiera cumplido 90 años. Sin embargo, la cara visible de aquel éxito fue la de Miguel Ríos, lo que no debió de sentar muy bien al argentino, según admite el cantante en el documental.
Waldo de los Ríos siguió explotando esa veta por la adaptación pop de la música clásica con versiones de la Sinfonía nº 40 de Mozart; la Sinfonía del Nuevo Mundo, de Dvorak, o Nabucco, de Verdi. Hits que coparon las ventas en varios países europeos, hasta llegar a dirigir un concierto en Londres ante la reina Isabel II.
Una dedicación, la adaptación sinfónica, que generó pingües ingresos en las arcas del compositor, el cual acabó, no obstante, hasta el gorro de ese trabajo, como confesó en un programa de televisión, mientras su verdadera pasión, la experimentación electrónica a la que se dedicaba con su banda Los Waldos, se quedaba fuera de las listas.
De toda esa carrera meteórica trata Waldo en su primera parte, incluida su aportación a las bandas sonoras, como la de la película gore Quién puede matar a un niño (1976), de su gran amigo Narciso Ibáñez Serrador, uno de los títulos de cabecera de un maestro del género como Quentin Tarantino. Tanto fue su reconocimiento que Stanley Kubrick se carteó con él para hacer la música de La naranja mecánica (1972), aunque aquello no fructificó. También figuran en su haber los arreglos y la dirección de orquesta de la participación española en Eurovisión con el tema En un mundo nuevo, cantado por Karina, que quedó en segundo puesto en el festival de la canción europea.
Pero una vez nos lleva a la cumbre, la película pasa de la luz a la oscuridad para mostrarnos el lado sombrío del exitoso creador, al que se presenta, entre otras cosas, como víctima —pese a que algún comportamiento de él no podría ser tachado más de que de tóxico hoy en día— de dos mujeres a cual más inestable y controladora: su mujer y su madre. Al mismo tiempo, se ahonda en su intimidad afectiva y en los diversos amores de su vida en una época, la de una dictadura franquista que apenas comenzaba a abrirse, en la que la homofobia era una práctica institucionalizada y llevada a sus extremos más crueles por las autoridades.
La orientación sexual de Waldo de los Ríos y el secreto con el que hubo de cargar en aquella España represiva se vuelven clave en este punto del filme para tratar de entender la angustia y el miedo con el que vivía el músico, mostrado como depresivo y sometido a una madre posesiva a niveles sonrojantes, y a una esposa bastante impredecible, dos mujeres de carácter fuerte que chocaron entre ellas. Así, el relato se va volviendo más oscuro mientras nos encamina a aquella trágica noche en la que De los Ríos decidió poner fin a su vida, mientras Pisano —a la que había conocido por componer la música de la cinta Pampa Salvaje (1966), en la que ella trabajaba— se encontraba rodando en Italia.
La cinta es una producción de Dadá Films & Entertainment con la participación de RTVE y el el apoyo de la Comunidad y el Ayuntamiento de Madrid, así como de la Fundación SGAE. Juan Carlevearis firma el guion de este nuevo documental de Charlie Arnáiz y Alberto Ortega, nominados al Goya por Anatomía de un dandy (2020), en el que buceaban óbrela figura de Francisco Umbral, y autores de otros títulos de este género como las series de Movistar Plus+ Raphaelismo (2021) —dedicada a Raphael— o Supergarcía (2022)—sobre la figura del periodismo deportivo José María García— y que esperan hacer de este Waldo “un canto contra la homofobia”.
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