top of page
Foto del escritorJuan Martín Salamanca

La pulla que Gabo dedicó al mercado editorial en 1970

El prólogo de Relato de un náufrago no sólo ofrece contexto para entender la historia real que narra. También verbaliza cómo le "deprime" el criterio de los editores a la hora de publicar


Gabriel García Márquez. INSTITUTO CERVANTES

La publicación este 2024 de En agosto nos vemos (Random House), obra inédita del fallecido Gabriel García Márquez (1927-2014), generó, más allá de la lógica expectación por poder leer algo nuevo del Premio Nobel colombiano diez años después de perderlo, un intenso debate sobe la conveniencia o no de sacar a la luz un texto que su autor no quiso editar en vida, o las motivaciones de sus herederos al hacerlo. No quiso publicarlo, cierto, pero tampoco lo destruyó como sí hizo con otros textos, se justificaban los suyos, entendiendo que de alguna forma aquel indulto al manuscrito constituía un permiso tácito para mandarlo a la imprenta, lo cual nadie puede sostener, sin riesgo a equivocarse, que no sea verdad. No faltaron los reproches desde el inmaculado purismo, señalando que el único objetivo que perseguían con esta decisión era la de cobrar las regalías que el libro generaría, sin importar el daño que esas páginas pudieran causar al prestigio del genio de Aracataca, por otro lado bastante a salvo ya a estas alturas, al menos en su faceta meramente literaria. Otros, por el contrario, sostenían que era irrelevante el motivo, pues lo trascendente era que gracias a la conducta de los suyos podríamos volver a leer a García Márquez, y que haber dejado en un cajón aquella novela hubiera sido poco menos que un crímen contra la humanidad, un acto digno de los nazis o de Girolamo Savonarola.


Sea cual fuere la verdad en esta historia -que nunca podremos conocer, entre otras cosas, por la imposibilidad de contar con la opinión del aludido- y sin importar qué fue lo que en realidad llevó a los herederos de Gabo a dar luz verde a la edición de En agosto nos vemos, no cabe duda de que un producto así supone un caramelo de lo más apetitoso para un sello editorial, como lo era en los años 70 cualquier cosa que firmara el autor del reciente éxito mundial Cien años de soledad. De la estrategia del mercado literario entonces sí nos dejó su opinión, y no se ahorró las pullas a la industria. Él podía permitírselo.


En 1955, el destructor Caldas de la Marina colombiana perdió ocho tripulantes en el mar Caribe cuando se dirigía al puerto de Cartagena de Indias, procedente de Estados Unidos, donde había realizado reparaciones. Sólo uno de los ocho logró sobrevivir, después de permanecer diez días a la deriva en una balsa. Ya se le daba por muerto cuando lo encontraron en una playa de una zona casi deshabitada. Inmediatamente se convirtió en un héroe y un fenómeno mediático en Colombia, pero lo que acabaría revelándole del accidente al joven periodista Gabriel García Márquez lo llevaría al olvido y, usando vocubario de hoy día, a la cancelación. Al parecer, el contrabando de electrodomésticos estadounidenses (que además de ilegal por ser un buque de guerra, estaba mal estibado) había tenido mucho que ver con que los marineros se fueran por la borda. La mala mar de ese día soltó parte de la carga en cubierta y ésta arrastró a aquellos desdichados. El resto del cargamento, el que permaneció a bordo, impidió con su sobrepeso que el barco pudiera maniobrar para rescatar a los hombres al agua. En conclusión, irregularidades en un barco de la Marina habían provocado siete muertes, un escándalo al que el gobierno del general Rojas Pinilla respondió clausurando, meses después, el periódico en el que García Márquez desveló estos hechos, El Espectador de Bogotá, y expulsando de la Marina al deslenguado superviviente, Luis Alejandro Velasco. Tampoco la situación del periodista era muy favorable en el país sudarmericano después de aquello, por lo que terminó optando por el exilio.


Quince años después de aquello, en 1970, la editorial Tusquets recuperó este relato, publicado inicialmente por entregas y luego de forma completa en un suplemento especial de El Espectador. Relato de un náufrago veía la luz como libro tres años después de Cien años de soledad, en un momento en que publicar a García Márquez era una apuesta segura, circunstancia ésta que llevó al autor a cuestionarse las razones de rescatar la historia del Caldas y el marinero Velasco, y a desahogarse en el prólogo por la conducta de los editores y sus prioridades.


Si en su momento García Márquez y el marinero superviviente -con quien mantuvo seis entrevistas de seis horas cada una para reconstruir los hechos- acordaron que lo más interesente y justo era que el texto apareciera en primera persona con la firma de su protagonista, en 1970 era poco menos que una locura no vincularlo al nombre de Gabo con letras, cuanto mas grandes, mejor. Más que la narración importaba el nombre, y eso era lo que irritaba al afectado. Porque el escritor no cuestionaba la publicación del libro, a pesar de que hubieran pasado quince años. Como acertadamente exponía en un artículo publicado en 2011 la catedrática de la Universidad de Salamanca Ascensión Rivas, la edición a tan posteriori plazo permitía añadir contexto al proceso de redacción para el periódico colombiano, así como ampliar información con la recapitulación de las consecuencias, para unos y otros, de su aparición en la prensa.


EL INTERÉS DE LOS EDITORES QUE "DEPRIME" A GARCÍA MÁRQUEZ


Pero lo que sí juzga García Márquez, y lo hace en ese prólogo -con lo que al valor contextual que brinda cabe añadir el interés por las facturas que aprovecha para pasarle a los editores-, son las razones por las que se quiere publicar en ese momento, atendiendo a la importancia de su firma y no a la calidad del relato, algo que, se confiesa, le "deprime".


"Yo no había vuelto a leer este relato desde hace quince años. Me parece bastante digno para ser publicado, pero no acabo de comprender la utilidad de su publicación. Me deprime la idea de que a los editores no les interese tanto el mérito del texto como el nombre con que está firmado, que muy a mi pesar es el mismo de un escritor de moda", se despacha el de Aracataca al final del prólogo, una reflexión escrita en Barcelona en 1970 que, más medio siglo más tarde, sigue gozando de lacerante vigencia.


En ese ajuste de cuentas con forma de prefacio, el futuro Premio Nobel (lo ganaría en 1982) recalca que sólo el compromiso con la palabra dada le impidió echar marcha atrás la publicación, excusatio quién sabe si petita o non petita por el lector. "Si ahora se imprime en forma de libro es porque dije sí sin pensarlo muy bien -se lamenta-, y no soy un hombre con dos palabras".


Un prólogo de lo más interesante con el que empezar por todo lo alto la lectura de un relato, que por otra parte, bien merece la pena recorrer, pues a la brillante pluma de autor colombiano hay que sumar la historia de aventura y supervivencia en el mar que García Márquez, sin el romanticismo de Hemingway y con la veracidad que aporta la sencillez narrativa, pone en boca del marinero Luis Alejandro Velasco a lo largo de 14 breves y ágiles capítulos.

Comments


bottom of page