"Hasta que haya una paridad en el arte, seguirá siendo necesario reivindicar mujeres artistas"
Escritora y editora, Aranzazu Sumalla explora la narrativa española escrita por mujeres a través de autoras referentes del siglo XX en Las buenas chicas, su nuevo ensayo
Andrea quiere escribir, estudiar, ser libre en una Barcelona gris devastada por la guerra, sin someterse a las estrictas normas morales que le impone su tía Angustias ni fingir lo que no es para agradar a Ena o encajar en el círculo de Pons y sus amigos. Natalia se resiste a abandonar la infancia para cumplir con el papel que sus hermanas y su entorno esperan de ella como mujer en una opresiva ciudad de provincias durante la posguerra. Abandonada por su padre en una isla bajo la estricta observancia de su abuela, Matia se aferra a su último verano de libertad mientras el mundo exterior se desmorona por culpa de la violencia. En medio de una absoluta soledad, Julia capea como puede la angustia del crecimiento y la complicada relación con su madre por la muerte de su hermano. Encerrada en su habitación en Pedralbes, Nuria se refugia en la escritura y la lectura como salvavidas ante la locura. Todas ellas son chicas raras, jóvenes que afrontan el paso al mundo adulto sin someterse a lo que la sociedad dicta para ellas, chicas que no quieren ser bonitas para subir gratis a la barca, chicas con voz propia en un mundo en el que eso las convierte en peligrosas. Son Las buenas chicas que protagonizaron novelas de formación de Laforet, Martín Gaite, Matute, Moix o Amat y que ahora se pasean por las páginas del nuevo ensayo de Aranzazu Sumalla, en el que explora la narrativa española escrita por mujeres, en muchos casos pertenecientes a una generación marcada por una juventud en medio de la posguerra y los años más duros del franquismo.
Las buenas chicas (Berenice, 2024) es el nuevo título de Sumalla (San Sebastián, 1970), un ensayo que analiza, a partir de una decena de novelas escritas por mujeres, la narrativa española con sello femenino del siglo XX (y también del presente XXI), que nace a partir de una tesis doctoral defendida hace más de una década. “Tenía claro que tenía que ser un ensayo corto, condensado. Lo que más me costó fue quitar información”, reconoce la autora en una conversación con Cultura y tal celebrada en un céntrico y ruidoso café madrileño. Residente en Barcelona, compagina una carrera de más de dos décadas como editora con su pasión como escritora —en 2021 publicó Mientras mi marca te busque (Huso), en el que mezcla ensayo, novela y autoficción—. “Lo que me gustaría a partir de ahora es pensar una novela con cara y ojos, aunque tampoco tengo mucho tiempo”, admite.
Rosa Chacel, Carmen Laforet, Carmen Martín Gaite, Ana María Matute, Josefina Aldecoa, Clara Janés, Ana María Moix, Soledad Puértolas, Nuria Amat e Irene Gracia son las diez autoras en las que Sumalla ha basado su ensayo, escogiendo de entre toda su obra aquellos libros que encajarían en la etiqueta de novela de formación o aprendizaje (bildungsroman según la denominación alemana que comenzó a usarse a partir del éxito de la novela de Goethe Los años de aprendizaje de Wilhelm Meister). Así, las protagonistas de Barrio de Maravillas, Nada, Entre visillos, Primera Memoria, La casa gris, Jardín y laberinto, Julia, Cielo nocturno, La intimidad y Fiebre para siempre se convierten en objeto de análisis, tanto por ser ejemplos de mujeres que desafían la indiferenciación acuñada por la filósofa feminista Celia Amorós, como por haber sido alumbradas por sus autoras, en muchos casos, en unos años en que una mujer que escribía, y por tanto relata el mundo desde su perspectiva, era “especialmente peligrosa”.
“Me ha fascinado siempre la entrada en la vida adulta, normalmente caracterizar por un cierto desengaño, por tener que darte cuenta de que no es lo que nos han contado en los cuentos”, explica Aránzazu Sumalla, quien enfatiza cómo, frente a novelas del ramo escritas por hombres —léase, nunca mejor dicho, a Joyce, Goethe o Delibes—, a las mujeres les “cuesta más dar ese paso” de entrar en ese mundo adulto y tener voz propia”.
Esa “masa” o “amalgama” en la que la sociedad incluía a todas las mujeres, las indiferenciadas de Amorós (cuyo pensamiento Sumalla tiene muy presente en su libro) choca con el carácter de las Andrea, Natalia, Julia o Matia. “Se repite en estas novelas. Muchas sí que hablan de cómo crear, de cómo ser artista. Otras sin hablar de ello, sí lo hacen de cómo posicionarse en el mundo”, incide la escritora, quien apunta como posible excepción el caso de Elena e Isabel, las protagonistas del Barrio de Maravillas (1976) de Chacel, las cuales se mueven, “aunque también en un mundo muy patriarcal por usar el término de moda”, en una época “muy distinta” a la de las que vendrán después, antes de la guerra civil y la implantación de la dictadura.
NADA Y SU CAPACIDAD PARA BURLAR LA CENSURA
Precisamente el mundo que reflejan estas novelas tiene como caso paradigmático para la autora de Las buenas chicas el de Nada, la novela por excelencia de Carmen Laforet, que “sigue sorprendiendo” a Sumalla que lograra burlar la censura y ganar la primera edición del Premio Nadal en 1944, sólo cinco años después del final de la contienda, cuando todavía Europa se desangraba en la Segunda Guerra Mundial y buena parte del continente padecía la tiranía de Hitler, aliado imprescindible en el triunfo de Franco.
“Es una novela muy descarnada, que muestra un país hundido en la miseria de la posguerra. Que refleja la pobreza, la violencia de género, que muestra a una mujer sola recorriendo las calles de Barcelona sin ser siquiera mayor de edad en la época, algo escandaloso para aquella mentalidad. Que hace toda una denuncia de la hipocresía de la sociedad. Pues no sólo pasó la censura, sino que ganó el premio y la convirtió en una estrella literaria, que fue a la postre su condena”, abunda la autora, que suma al ejemplo de Laforet el de otras escritoras como Martín Gaite y Aldecoa para evidenciar el “fuerte contraste” entre ellas y “la realidad de la mujer media en la España de entonces”.
“Hay mucho alter ego en sus novelas. No quieren casarse y ser una mujer florero. La amiga de la protagonista de Entre visillos (1958) se va a casar, dejar de estudiar, mientras ellas no quieren amoldarse, quieren ver mundo”, explica Aranzazu Sumalla mientras precisa que esa pasión por escribir —por tener una “voz propia” que, si no lo impida del todo, al menos palie en lo posible su “cosificación” como mujeres— es algo “recurrente” en el concepto de chica rara que popularizará Carmen Martín Gaite. “Es la definición de lo que quieren ser, mujeres que no encajan, que buscan su sitio, que no quieren ser la niña bonita de la canción”.
Una pasión por la escritura que las lleva en muchos casos “a ser tomadas por locas” (La loca del desván, como establecerían en 1998 Sandra Gilbert y Susan Gubar con su libro), frente a lo cual encerrarse en esa habitación propia a la que aludía Virginia Woolf en su obra homónima e 1929 se convierte, para muchas de las protagonistas de estas novelas, en refugio y prisión a un tiempo. “Es un tema que me obsesiona un poco”, reconoce Sumalla. “Se está muy bien a solas, sobre todo si eres la chica rara, pero al mismo tiempo eso se convierte en tu único círculo”, añade al tiempo que alerta de la imposibilidad que en muchos casos tenían para salir libremente a la calle, como el caso de Elvira, la amiga de la protagonista de Entre visillos, cuando debe encerrarse a guardar luto y, prácticamente, enterrarse en vida durante el tiempo que dicta la corrección social.
El espacio propio es, finalmente, cárcel voluntaria, ya que el afuera no se acomoda a lo que una espera de la vida. La habitación propia es lugar de encierro pero también la opción de convertirse en voz. Algunas lo conseguirán. Otras no y acabarán estrelladas contra el suelo, recoge Sumalla en uno de los capítulos de su libro, donde se señala también la innovación literaria que muchas autoras aportaron incluso en años muy posteriores a los de la posguerra, como Nuria Amat abordando el suicidio en las postrimerías del siglo XX con La intimidad (1997)—recordemos que la salud mental y los comportamientos autolíticos, más allá de su representación romántica por los autores del XIX, ha sido tabú hasta hace muy poco y en parte lo sigue siendo— o Irene Gracia, quien no se acobarda a la hora de profundizar en las aristas más turbias de la relación entre dos hermanos en Fiebre para siempre (1994).
Recortar las cerca de 500 páginas de su tesis original para plasmar la idea central de la misma en las 174 que tiene el ensayo fue el gran reto de la autora de Las buenas chicas, que con este trabajo de año y medio, más el larguísimo proceso de investigación y elaboración de la tesis, persigue reivindicar a aquellas mujeres que “se sentaron frente a la cuartilla en blanco y llegaron hasta el final, consiguieron publicar”, en muchos casos con éxito de crítica y ventas, a pesar de que resulta común, advierte, ver la “condescendencia” de los críticos en sus análisis hacia el trabajo de estas autoras.
“NECESARIO REIVINDICAR ARTISTAS MUJERES”
“Sigue pasando un poco a veces, a pesar de la cantidad de escritoras que a día de hoy consiguen ventas y grandes premios, hay una mirada que es tan difícil cambiar… Hace falta tanto tiempo para conseguirlo…”, reflexiona Sumalla, al tiempo que admite sus dudas sobre un riesgo de saturación de libros sobre esta temática en el mercado, dudas que, advierte, ya expresaba la propia Simone de Beauvoir (1908-1986), referente literaria del feminismo, hace casi un siglo. En cualquier caso, la autora de Las buenas chicas concluye que “hasta que haya una paridad en el arte”, no sólo en la literatura, seguirá “siendo necesario esta reivindicación de artistas mujeres”. Una paridad, precisa además, que “no tiene por qué ser forzada”.
Incapaz de escoger una favorita entre las autoras que forman parte de este ensayo, Sumalla admite que le gustan mucho Amat, Janés o Gracia, y que “volvería siempre” a Carmen Martín Gaite, cuyo centenario se celebrará el próximo año. Una autora “fácil de leer”, pero no por ello “una autora fácil”, que durante muchos años “fue muy popular”. Precisamente, y de cara a su centenario, las tablas del madrileño Teatro de la Abadía acogerán en enero la adaptación de su Caperucita en Manhattan (1990) realizada por Lucía Miranda. Un homenaje desde el teatro que también ha brindado a Carmen Laforet el Centro Dramático Nacional con su versión de Nada —actualmente en escena en el María Guerrero en adaptación de Joan Yago con dirección de Beatriz Jaén—. También reivindica a Rosa Chacel, autora vallisoletana víctima de un olvido que Sumalla achaca en parte a su exilio tras la guerra civil ya que propone “una lectura exigente”.
Vecina de esa Barcelona que acoge los grandes sellos literarios del país y que en los 70 y 80 reunió a grandes figuras del boom de la literatura latinoamericana, Sumalla defiende que tras el “bajón total” que padeció en los últimos 15 y 20 años, la ciudad experimenta ahora “todo un movimiento no sólo literario, sino artístico”. “Madrid cogió mucho protagonismo con editoriales pequeñas súper punteras y Barcelona cayó en el olvido, el tema político no ayudó. Ahora hay muchos editores latinoamericanos que editan en Barcelona. Sí se notan ciertos brotes verdes”, sentencia.
Esta licenciada en Psicología Clínica y doctora en Filología Hispánica compagina la escritura con una carrera como editora de 25 años, actualmente dentro del sello Lunwerg de Grupo Planeta. En ese doble papel, admite que estar en el lado de la escritora le ha hecho ser “más comprensiva” como editora con sus autores y asegura que ha intentado “controlar” las llamadas a su editor en Berenice, Javier Ortega, para el que tiene palabras de agradecimiento. “Cuando te pones el gorro de escritor te vuelves tan pelma como todos”, bromea hacia el final de la conversación.
El audio de la entrevista con Aranzazu Sumalla, ya disponible en nuestro pódcast.
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