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"Cuando uno se siente desolado no abre una novela, abre un libro de poemas"

  • Foto del escritor: Juan Martín Salamanca
    Juan Martín Salamanca
  • 21 mar
  • 7 Min. de lectura

Actualizado: 10 abr

Celebramos el Día de la Poesía con la escritora colombiana Piedad Bonnett, quien reivindica el "acompañamiento permanente" que brindan los versos a lo largo de la vida


Retrato de la escritora colombiana Piedad Bonnett
Piedad Bonnett. PENGUIN RANDOM HOUSE

¿Existe alguna estación del año más poética que otra? Cada 21 de marzo se celebra el Día Mundial de la Poesía, una fecha que coincide con la llegada de la primavera en el hemisferio norte. La primavera, asociada a la exuberancia, al florecimiento, a la vida. Un periodo de vitalismo que bien podríamos asociar a la fecundidad creativa, a la poesía más vitalista. Al mismo tiempo, esta fecha coincide con la llegada del otoño al hemisferio sur, un periodo de melancolía, de ocaso, un paraíso para la imaginería romántica, que tanto recurrió a la poesía. ¿Pero acaso es menos poético el invierno, con sus bucólicos paisajes tomados por la nieve o las brumas? Esta última reflexión nos la brinda la escritora colombiana Piedad Bonnett (Amalfi, 1951), con la que charlamos sobre poesía aprovechándonos de esta celebración en el calendario. Bonnett defiende que “cada etapa tiene su naturaleza poética”, pero va más allá. En el trópico, donde ella vive, no aplica esa división del año en cuatro estaciones, por mucho que Vivaldi y nuestra visión europea nos lleve a darla por sentado.


Hablando de estaciones y de climas transcurren los primeros minutos de esta conversación transoceánica entre Madrid y Bogotá, donde también hace frío, precisa nuestra invitada, debido a su altura, pues se trata, nos recuerda el eslogan promocional de la capital colombiana, de una ciudad “2.600 metros más cerca de las estrellas”.


Un recurso socorrido para charlas de ascensor el del tiempo, pero en este caso no resulta del todo baldío. Hablando de climas y sus efectos —estos días media España sufre inundaciones— nos recuerda Piedad Bonnett, última ganadora del Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, al otro colombiano que logró este reconocimiento, Álvaro Mutis (lo obtuvo en 1997, el mismo año que el Príncipe de Asturias de las Letras y cuatro antes que el Cervantes). “El clima puede hacer estragos, Mutis dedicó buena parte de su poesía a hablar del poder destructor del trópico”, destaca.


Reflexiones climato-metereológicas en torno a la poesía, protagonista de la conversación con esta escritora que ha practicado casi todos los registros literarios —novela, relato, memorias, teatro y, por supuesto, poesía, tal vez el que más la defina—. Algunos de sus poemas —reunidos en la antología Poesía reunida (Lumen, 2016)— salen a relucir en la entrevista, como la última estrofa de El que hace el trabajo sucio,  del poemario Explicaciones no pedidas (2011), donde desde una visión gástrica del artefacto poético se sorprende, irónicamente, con que el resultado del mismo ilumine.


Siete estómagos tiene el poema.

Por cada uno de ellos pasa el Bolo

del amargo alimento.

Lo rumian, lo maceran,

lo disuelven.

Finalmente, lo excretan.

A veces—quién creyera—

su materia ilumina.


No somos pocos, sin embargo, los que coincidimos con esa postrera reflexión del poema como luminaria, a lo que su autora añade el poder de la poesía como acompañante. “Si uno se relaciona con ella temprano como yo —explica—, va a encontrar que la poesía acompaña muchísimo, nos podemos ver reflejados en la poesía”, argumento que sustenta en la “vibración afectiva” de la misma y que se traduce, presume, en “emociones tremendamente compensatorias”, ya sea en el terreno del amor o en el de la muerte, dos temas trascendentales para la humanidad a lo largo de los siglos y que ella ha sentido de cerca, incluido el suicidio de un hijo, experiencia que soportó y plasmó en el aplaudido relato Lo que no tiene nombre (Alfaguara, 2013). La poesía, insiste, posee la capacidad de “escudriñar en el miseria de la vida, en la belleza de la vida, en la condición trágica de la vida” y ofrece ese "acompañamiento permanente, hasta la vejez”.


Hasta tal punto sitúa la escritora colombiana a la poesía en ese discurrir por los momentos más oscuros que llega a afirmar que  “cuando uno se siente un poco desolado no abre una novela, abre un libro de poemas”, y le concede otra virtud, el deseo que genera en el lector de no guardársela para sí, sino de llevarla hasta otros ojos y otros oídos. “Cuando amas mucho un poema lo quieres compartir”, asegura, agradecida de ver que muchos de sus poemas son difundidos por muy distintas personas a través de sus redes sociales. “Mis lectores multiplican y multiplican algunos poemas que les han llegado al corazón. Siendo la poesía un acto muy solitario entre la intimidad del autor y del lector, tiene la posibilidad de volverse colectiva”, ahonda. A su juicio, el sumun de esta idea es la “consustanciación perfecta” que se genera en los recitales poéticos, todavía hoy con gran capacidad de convocatoria —pone de ejemplo el Hay Festival, con sucursales ya a lo largo de Europa y América—, aunque recuerda con nostalgia los que organizaba en su país la periodista y poeta María Mercedes Carranza,  en los cuales podían llegar a juntarse “2.000 personas”. “Es como un concierto”, apunta, al tiempo que añade que ofrecen, además de una “compañía”, una “forma de apaciguar dolores o sentimientos melancólicos”.


Enamorada de los versos de Bécquer cuando los leía con 13 ó 14 años, entre los autores que más la marcaron en su despertar poético cita una larga lista de nombres latinoamericanos, como el peruano César Vallejo o el Neruda de Residencia en la tierra, libro de poesía publicado en 1933. Un poeta, el chileno, “referencia durante muchos años” de los poetas del continente sobre el que, sin embargo, “con el tiempo se ha tenido una visión más crítica”. A estos nombres suma la escritora los del cubano Eliseo Diego, la uruguaya Ida Vitale, los argentinos Juan Gelman y Alejandra Pizarnik o los peruanos Blanca Varela —con cuya “voz oscura” y “fuerza poética” se identifica pese a las diferencias en los estilos de ambas— y José Watanabe. De hecho, remarca que la peruana es “una de las grandes poesías en lengua española”. A este lado del charco, destaca otro de los principales nombres de nuestras letras, Antonio Machado, con quien comprendió, asegura, “que la poesía puede estar en lo mínimo”.


PRISIONERA DEL POEMA


La intuición, requisito sine qua non, sostiene, para los escritores, es la que determina cuándo su pluma transforma una historia en una novela o en un poema. Pluma simbólica, no obstante, pues hace tiempo que ha cambiado la composición de poemas a mano por el procesador de textos en el ordenador, aunque sigue usando libretas para anotar ideas y evitar que éstas se pierdan en el olvido. “El poema llega como una idea, como un verso o como una música, y tú dices, esto es un poema”, comparte, al tiempo que añade que cuando llega lo hace una intensidad tal que durante ese rato es “prisionera del poema”.


“El poema es pura síntesis, pura intensidad. La novela, en cambio, tiene un desarrollo en el tiempo. Te va a ocupar dos años, uno si te va muy bien, un poema dos horas o tres horas”, abunda Bonnett, aunque aclara que la escritura del poema no tiene nada que ver con la improvisación. “A veces el impulso te lleva inmediatamente a la escritura si es que tienes tiempo, a veces tienes que rumiar la idea del poema, pensar qué forma le vas a dar, desde donde le vas a tomar”.


En este sentido, explica que hasta que no tiene “más o menos claro” lo que va a escribir no se sienta, pues de lo contrario se abocaría, reconoce, “al fracaso”. "El poema se desarrolla mientras lo escribes, no lo puedes escribir antes, pones un primer verso y te va llevando”, subraya, para advertir a continuación de que un poema que no le salga de una vez cuando se pone “está casi condenado al fracaso”.


BUSCANDO LA PALABRA EXACTA


Una vez terminado, la poeta colombiana —ganadora de premios, además del Reina Sofía, como el Nacional de Poesía de Colombia o el Casa de América de Poesía Americana, entre otros— lo deja “enfriar”, lo mira “con distancia” y corrige “posibles defectos” como “un adjetivo que no va, una música que no encaja del todo”. Correcciones, nos indica en este punto de la conversación sobre su forma de entregarse a la escritura poética, que no pueden pasar de cosas puntuales. “No tiene sentido corregir y corregir porque puedes destruir su espíritu”, sostiene. En ese caso, algo que por fortuna no le ha ocurrido, celebra, cree que lo mejor es descartar el poema. “Yo lo escribo de tal manera, verso a verso, que hasta que un verso no está bien no paso al siguiente, creo que los poetas escribimos así, buscando la palabra exacta”. 


Y todo con el objetivo de alumbrar un poema que logre ser “un pequeño golpe a la conciencia, a a sensibilidad”. “Me gustan los finales contundentes”, añade Piedad Bonnett sobre su poesía, un planteamiento que puede constatarse fácilmente en su obra. Sirva como ejemplo Los imperturbables, incluso en su poemario Las Herencias (2008):


Un sentimiento incómodo la compasión


ese que se levanta

al ver que el joven con el que nos cruzamos 

el de la frente gacha 

tiene los ojos húmedos


o que un anciano ciego tropieza y manotea 

con los anteojos rotos y las rodillas rotas 

y la cara turbada de los abandonados


que una multitud huye

cargando sus gallinas y el peso de sus muertos


La compasión confunde

(nos hace odiar y amar al mismo tiempo)

desata nuestras culpas

adensa entre las manos la moneda 

con la que consolamos la impotencia


y nos convierte en frágiles 

seres sentimentales

tan oscuros a veces a las puertas del sueño


e incapaces de ir firmes y rotundos

como esos otros

los imperturbables.


En cualquier caso, Bonnett rechaza su poesía como vehículo para “aleccionar” o “adoctrinar”, si bien sus versos no son ajenos a la realidad y a cuanto la rodea. Así, reconoce que en los últimos tiempos, fruto “de la experiencia” y “de la violencia” le ido apareciendo “ese feminismo” en sus textos “en los últimos tiempos”, un feminismo que vemos también en su prosa —en novelas como Qué hacer con estos pedazos (Alfaguara, 2021) o en memorias como La mujer incierta (Alfaguara, 2024)—. “Pero no quiero mirar mi poesía desde ahí, son momentos que aparecen de mi propia vivencia, que siento que debo escribir así", apostilla.


La conversación llega a su fin, el dios de los satélites parece querer hacer callar a las musas. Antes de despedirnos, de nuevo unos versos, los de esta oración contenida en Tretas del débil (2004):


Para mis días pido,

Señor de los naufragios,

no agua para la sed, sino la sed,

no sueños

sino ganas de soñar.

Para las noches,

toda la oscuridad que sea necesaria

para ahogar mi propia oscuridad.


Toda la conversación con Piedad Bonnett, disponible en nuestro pódcast.

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