Brillante derroche escénico para convencidos
Puesta en escena sobrecogedora e intérpretes que se exprimen hasta la última gota en 1936, uno de los montajes más potentes de la temporada pese a cierto simplismo a la hora de contar la Guerra Civil
No cabe duda de que, pese al paso de los años, y probablemente por el rechazo a hablar de ello que, bajo un argumento u otro en función de la época, se impuso desde el bando ganador y sus herederos, la Guerra Civil española sigue siendo terreno abonado a la polémica y las palabras gruesas. Sirva de ejemplo que, de todos los contenidos que en su canal de Tik Tok ofrece Cultura y tal desde su reciente nacimiento, los dos primeros vídeos en viralizarse fueron aquellos en los que dos integrantes del elenco de 1936, Blanca Portillo y Alba Flores, defendían la necesidad de seguir contando el conflicto desde distintas perspectivas. Al margen del número de impactos y me gusta recibidos, la acritud de muchos de los comentarios demuestra lo espinoso del debate.
¿Por qué otra obra sobre la Guerra Civil?, se preguntaba Juan Mayorga, uno de los autores del texto de este montaje del Centro Dramático Nacional —coproducido por Chek In y El Terrat— junto con Juan Cavestany, Albert Boronat y Andrés Lima —este último director de la obra y corresponsable de la dramaturgia con Boronat—. El académico y Premio Princesa de Asturias de las Letras se respondía con tres argumentos certeros, como suelen siempre sus reflexiones. El primero, sostenía, la “extraordinaria narrativa” que posee la contienda y que la convierte “en un espacio muy fértil para el teatro”. “Están todas las historias y todos los personajes. Están Antígona y Creonte, está también Etéocles y Polinices, e Ismenes”, ejemplificaba aludiendo a aquellos mitológicos tebanos tan presentes en la tragedia griega. El segundo, que el teatro “es el arte del conflicto” y esta guerra no sólo es “un enorme conflicto que alberga muchos conflictos”, sino que su narración es “en sí misma conflictiva”, postura confirmada por el ruido que sigue generando. El tercero, y puede que más definitivo, que a su juicio “hablar sobre la guerra es trabajar para la paz”.
Poco que objetar sobre lo oportuno de este 1936 con el que Lima continúa con sus shocks, planteando un ambicioso montaje de cuatro horas y media que busca “nadar en el caos” de la contienda española apoyado por un amplio elenco que, con la novedad de Portillo, repite de las obras anteriores. Una vez concluya sus funciones en el Teatro Valle-Inclán de Madrid, donde permanecerá hasta el 26 de enero, comenzará a girar por distintas ciudades de la geografía nacional, empezando por Bilbao y siguiendo por lugares ya confirmados como Sevilla, Las Palmas de Gran Canaria, Pamplona, Logroño, La Coruña, Santiago de Compostela y Vitoria.
En pleno apogeo de las obras extensas —con María Hervás abarrotando los Teatros del Canal durante 24 horas con su The Second Woman, o Robert Lepage haciendo lo propio durante siete en The Seven Streams of The River Otā—, el ritmo frenético de 1936 mantiene al espectador pegado a su butaca merced al tour de force que realizan sus intérpretes, los cuales acaban razonablemente exhaustos al término, tras continuos cambios de vestuario (magistralmente diseñados por Beatriz San Juan) y caracterizaciones (obra de Cécile Kretschmar) nada simples —Alba Flores tan pronto es La Pasionaria como aparece perfectamente uniformada para encarnar al general Vicente Rojo, o Blanca Portillo pasa de ser Rosario la Dinamitera a lucir el uniforme de Falange para representar a José Antonio Primo de Ribera o el del ejército alemán para ser Von Richthofen— y lo mismo se puede decir del resto del elenco, con un Guillermo Toledo que lo mismo defiende Madrid del ataque franquista como el alopécico general Miaja, que repele la ofensiva republicana en el Ebro en la piel del insensible general Yagüe, o se pasea por la escena con la majestad del rey Alfonso XIII. O un Juan Vinuesa que pone los pelos de punta con su parecido con el caudillo mientras en otra escena se transfigura en un taciturno y controvertido Ramiro de Maeztu. Los mismo pasa con Antonio Durán Morris (escalofriante su interpretación del salvaje Queipo de Llano dentro de los personajes que el tocan), Natalia Hernández, María Morales (igual se presenta como el presidente Azaña que como Largo Caballero o Clara Campoamor) y Paco Ochoa (a la vez general Mola y George Orwell, entre otros).
Un soberbio trabajo actoral que encuentra su complemento en la potencia del juego lumínico de Pedro Yagüe; las proyecciones visuales de Miguel Ángel Raió o la fuerza sonora que crea Kike Mingo, apoyado por la música de Jaume Manresa y las voces del Coro de Jóvenes de Madrid, componiendo un ambiente que impresiona y angustia al público, especialmente durante la recreación de un bombardeo con el que se da pie al segundo descanso de la obra.
En definitiva, un derroche escénico que, como definía Juan Cavestany, pretende ser “un documental, una epopeya, teatro dentro del teatro, una clase magistral y una conferencia" para tratar de analizar el conflicto “abarcando todo”. Sin embargo, este derroche escénico no lo abarca todo y, aquí es donde cabe ponerle algún pero.
Porque si razón tenían sus protagonistas al reprochar cierto “manto de silencio” sobre lo ocurrido y reivindicar la necesidad de abordar las narrativas no tratadas al respecto, y bien es cierto que las escenas se basan en un amplio trabajo de documentación apoyado por el trabajo de especialistas como Ángel Viñas, Mirta Díaz-Balart, José Andrés Rojo, Miguel Garau, Julián Casanova, Emilio Silva o Tania Balló, no deja de desprenderse un desafortunado simplismo a la hora de reflejar a los dos bandos, con algunas ausencias o episodios tramitados de forma testimonial mientras se recrea en otros. Algo que no es necesario en un conflicto en el que está bien claro lo que representaba cada uno —democracia frente a totalitarismo—. Así, detallar la actividad de las checas en el bando republicano o incidir en las limpiezas sumarias que, muchas veces entre facciones enfrentadas del mismo bando, se cometieron en ese trienio sangriento, no supone para nada blanquear las atrocidades del fascismo o irse hacia la equidistancia —visión que no puede caber ante las diferencias abismales de uno y otro lado—, sino tratar con mayor honestidad la complejidad de un conflicto que ni mucho menos se puede ver con neutralidad, pero a cuya noble causa hace flaco favor el reduccionismo, más cuando en el otro lado hay voces prestas a desprestigiar con notable agresividad todo justo ejercicio de memoria bajo la acusación de un partidismo interesado.
REFERENCIAS TESTIMONIALES
Se mencionan, sí, las muertes de religiosos (también las que ordenó Franco en el País Vasco) o las depuraciones de terratenientes, pero resulta casi testimonial en un montaje que combina la dramatización con la lección documental a modo de conferencia y que presume de no tener problema con la longitud de la función, dejando la crítica para el caos en el mando republicano o el machismo de algunos milicianos a los que heroicas mujeres como La Dinamitera pararon los pies en el frente —muy acertada esta inclusión—.
Ésa huida del enfoque “panfletario a favor de un bando” era lo que elogiaba hace poco otro director de escena, el veterano Mario Gas, de los textos del dramaturgo libanés Wajdi Mouawad, a cuenta del estreno de su adaptación de Todos pájaros, un texto sobre la violencia en Oriente Medio que a pesar de todo es “claramente propalestino”, pues a fin de cuentas “todo el gran teatro es político”, precisaba.
En cualquier caso, una brillante puesta en escena que satisfará a los ya convencidos, pero que no llegará a otros muchos que se quedarán fuera, despotricando desde las redes sociales con argumentos peregrinos con que los dos bandos tenían lo suyo, que a qué ton remover ahora algo que pasó hace tanto tiempo o que por qué no mejor hablar de ETA, y favoreciendo el uso de la desmemoria al servicio de mentiras como las que hace poco pronunció, nada menos que en el Congreso de los Diputados, el parlamentario de Vox Manuel Mariscal, quien habló de “progreso” y “reconciliación” para referirse a la dictadura franquista. Triste realidad que, por desgracia, no parece que pueda cambiar mucho este montaje, uno de las más potentes de esta temporada escénica.
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